Si los ángeles están para ayudarnos, es evidente que una de sus tareas más importantes deberá ser la curación en todos sus niveles: físico, mental, emocional y espiritual. Cualquier ángel, y por supuesto nuestro ángel de la guarda puede realizar tareas curativas, aunque existan ángeles especializados en estos menesteres.
Al frente de todos ellos y dirigiendo sus acciones está el arcángel Rafael. Su labor como sanador está claramente especificada en el apócrifo Libro de Enoch donde se dice que Rafael ha sido colocado por Dios “sobre todas las enfermedades y heridas de la humanidad”.
El libro de Tobías, confirma a Rafael como sanador de la especie humana. Este libro, que para la Iglesia Católica forma parte del Antiguo Testamento, relata la historia de un hombre muy piadoso llamado Tobit y su hijo Tobías.
Agotado por el trabajo de enterrar a un cadáver, Tobit se quedó dormido una noche a la intemperie con tan mala fortuna, que el excremento de un pájaro le cayó en los ojos dejándolo ciego. Ocho años después, ya desesperado, lo hallamos rogando a Dios que le conceda la muerte. Al mismo tiempo, Sara, destinada a ser esposa de su hijo Tobías estaba pidiendo lo mismo, pues un ser demoníaco le había hecho la vida imposible, matando a todo joven que intentaba casarse con ella. Pensando su próxima muerte, Tobit mandó al joven Tobías a Media, para que recuperase un dinero que había dejado allí en depósito, encargándole que buscase a alguien para que lo acompañara en el viaje. Dios oyó las oraciones de Tobit y de Sara, y mandó al arcángel Rafael, quien adoptó el aspecto de un joven israelita y fue así contratado como acompañante y guía de Tobías por el sueldo de un dracma diario. Partieron los dos, con un perro que los acompañó y al llegar al río Tigris acamparon. Tobías bajó a lavarse los pies y en ello estaba cuando un enorme pez saltó del agua intentando comerse al muchacho, quien dio un grito asustado. Rafael le ordenó coger al pez, y Tobías así lo hizo, sacándolo finalmente a tierra. Siempre según las instrucciones de Rafael, Tobías abrió el pez y le extrajo el corazón, el hígado y la hiel, que fueron debidamente guardados. Parte del pez lo comieron asado y el resto, salvo las entrañas que tiraron, lo conservaron en sal. Ya cerca de su destino, se hospedaron en cada de Ragüel, pariente de Tobías, donde éste conoció a su prima Sara y decidió casarse con ella, ignorando que siete hombres habían muerto a manos de un demonio por intentar lo mismo. Advertido por Ragüel de lo ocurrido ya en siete ocasiones y siempre siguiendo las instrucciones de Rafael, Tobías puso sobre el brasero de los perfumes de la recámara nupcial el hígado y el corazón del pez. Al percibir aquel olor el demonio que se había encaprichado de Sara salió huyendo, lo que aprovechó Rafael para atraparlo y confinarlo ya para siempre en un lugar apropiado para él. Casado, con el dinero de su padre y una generosa dote entregada por Ragüel, Tobías regresó a casa de su padre. Al llegar, Rafael le indicó cómo debería usar la hiel del pez para curar la ceguera de Tobit. Tobías y Tobit deciden finalmente recompensar a Rafael por sus extraordinarios servicios, y entonces éste les revela su identidad, desapareciendo seguidamente de su vista.